Pensando en cómo decirte esto,

descubrí que no basta y que me sobra
un simple y abrumador te quiero.

Pues se puede querer en la noche,
y escupir lo dicho por la mañana.
Es posible querer con desmesura
hasta esperar sentado en la ventana.

Unos quieren con interés en pecho,
otros sólo cuando el deber les llama,
y los que se salvan, lo hacen con desgana.

Hay quien lo dice con mucho afecto,
mas simplemente cuando extrañan.
Incluso algunos se quieren con talento,
tanto que ya la costumbre entrañan.

Pero de mí hacía ti no hay dos palabras
que encierren lo que mi cuerpo hoy guarda,
o que detengan lo que hoy ya nadie acobarda.





Cuando me detengo en mis manos,

no hay nada más que cuestionarse,
es un completo e irrefutable presagio
que vocea la llegada de este momento.

En seguida, sin siquiera intentar evitarlo,
al no haber nada que se pueda hacer,
mi cuerpo es atraído hacia el suelo
convirtiendo mis hombros en plomo.

Y aquí es cuando empieza la odisea,
que dudo del tiempo y del espacio,
más del tiempo cuando no sé dónde estoy,
y más del espacio cuando escucho el reloj.

Mis anhelos se vuelven contra mí,
haciendo un abismo de su suspense,
tan desasosegante como el suspiro
que ni yo ni el plomo permitimos salir.

Lanzo preguntas como sogas de asidero,
las mismas que caen y retumban aviesas,
resonando en el enredo de mi interior
de pared en pared, de vacío en vacío.

Intentar ver mi rostro en el espejo
es como anclarse en un segundo cualquiera,
encarar el último instante de vida
mientras soy un héroe o uno más.

Irreconocible, pierdo la sensibilidad,
me deslindo de todas las consecuencias
sin siquiera moverme de este lugar.
Y desaparece toda respiración.

Cuando me detengo en mis manos,
es cuando reparo en mis huellas.
Todo y nada ocurre a la par.

Una amansante nana que canta más de uno para recostarnos en sus manos.


Cierra tus ojos ya, encanto de mi autoridad;
no temas a un señor, confía en mi, profano estás.
Tu largo sueño, prometo yo, aquí velaré,
y sin duda ni voluntad yo te arroparé.

Descansa ya, tú, dulce sostén de mi entidad
aquí no tienes que luchar, puedes siempre soñar.
Reposa tu miedo en mi, que yo lo cuidaré,
de frente ya nunca lo verás, yo te arroparé.

(bis)

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