Se sienta junto a mí y espera que me inmute ante su presencia, pero su estruendoso llegar corrompe mi calma convirtiendo todo lo que puedo ver en un ensordecedor color rojo. Limitante, sofocante, comienza a bailar alrededor de mí, golpeando el silencio al tiempo que llena mi boca de un sólido carmín oscurecido por la amargura de su peso y su áspero avance desde el paladar hasta los hombros. Quiero expulsarlo, pero mi cuerpo sigue deglutiendo cómo si quisiera tomarlo por los extremos, comprimirlo entre todo el ácido que soy capaz de engendrar, y destrozarlo hasta sentir cada una de sus pulverizadas partículas controladas por mi dominante interior. Mas se aferra, cubre cada espacio, y me doblega entre tanta libertad. De mi pecho a mis brazos corre testosterona que provee una fuerza mal gastada en una atadura combinada con mi racionalidad humana, innata, que evita que mis uñas se conviertan en una hoz sin otro fin más que desollarte, a ti y a tu imponente rostro bañado en gritos.

Giro, y caigo dentro de la roja estela que ya seguía tus garras al pie del compás. Acto seguido del espectro del golpe que presiona mi pecho hasta que arrojo una humillante masa amorfa que se arrastra en círculos detrás de él.

Llegó la hora, la condena cargada con olor a hiel que expectoré hacia el piso sobre el que se encuentra, comienza a alzarse entre tus gritos hórridos y se convierte en una bestia astada con sed, dotada de dos alas invisibles, plagada de un cólera que busca el placer provocado por la soberbia del enemigo entre las sombras. De su cornamenta penden una cadena unida a su vientre, y una sonaja cubierta de sangre color rosa contenedora del cascabel que produce el sonido de mi mirada pasando las horas frente al piso. A cada paso que da la furiosa criatura, tu cuerpo se entumece y pierdes la fe, la patria, la soledad, la compañía, tu superioridad, la falsedad que cubre tus genitales, y de pronto te ves posado frente a todos tus miedos encarnados en un animal que pretende ollar tus pies junto con tus pisadas, una a una, haciendo de ti un ser aún más repugnante de lo que ya eres mientras te miro. Bastó un bramido para anunciarte que ya no existirás más, mis palabras comienzan a azotarse sobre tu espalda, el crujir de tus huesos crea chispas que adornan tus últimos instantes de vida, tal vez para que las proyecciones de luz te recuerden quien esta sobre ti, flagelando tus ya inútiles ofensas. El astado impulso comienza a embestir tu cráneo contra el muro donde tu sangre comienza a derramarse junto con tu razón y lo poco que queda de tus intenciones de defenderte. Un color que no refleja nada más que tu perdición comienza a cubrirte como el éxtasis se abalanza sobre la bestia que respira cómodamente sobre tu carne. Para culminar su trabajo, sádicamente rompe tu brazo izquierdo, observa como brota tu repulsivo ser, y se aproxima a deleitarse con el aroma de la victoria. Pero no percibe nada más que un penetrante olor a vómito.

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