Recuerdo cuando era niño, tenía no más de 7 años, que uno de mis más grandes miedos era la Luna Llena. No sé por qué, tal vez porque todo lo que sabía acerca de ella tenía que ver con monstruos, demonios, espeluznantes criaturas, o cualquier cosa que pudiera salir de la incertidumbre de la oscuridad.

Una noche en que la luz se había ido, yo estaba en la cocina con mi mamá -las razones sobran- mientras ella encendía algunas velas para alumbrar un poco la negrura del momento. Puedo verme en la ventana, como una fotografía, a mí mismo mirando aquella gigante y redonda luna que permanecía en el cielo; supongo que esa horrible imagen se combinó con la falta de luz que había en mi casa porque me atreví a confesarle a mi madre el miedo que sentía en ese instante. Ella me sentó en sus piernas y, un tanto extrañada, me preguntó la razón de mi miedo, pues según me explicó, algunas personas encontraban a la Luna Llena algo romántico para compartir con su pareja y disfrutar de la amorosa ocasión. Yo ni siquiera podía imaginar cómo era posible que alguien encontrara esa hórrida imagen algo... ¡romántico!; pero de alguna manera creo que le creí, y me tranquilicé.

Hoy, poco más de una década después, al fin entendí a qué se refería mi madre. Y es que, efectivamente, estoy profundamente enamorado de las criaturas que pueden salir de la incertidumbre de la oscuridad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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